La tierra soviética. Antes del Imperio Interestelar −aun antes de la primera revolución de los soviets− ya era soviética. Siempre lo fue. El té en pequeños vasitos de vidrio hirviendo baja por gargantas soviéticas, en el sentido de ruso-curtidas. Junto al fuego se cuentan historias, las mujeres tejen y los hombres toman vodka, y las mujeres toman vodka, y los niños también. Hasta les dan vodka a los animales, y está bien. Porque en las estepas de la Unión Soviética hace frío.
“Soviética”: lo soviético como una categoría originaria del ser, un modo-de-darse en el mundo. A ver los panelistas: Joe Garcia, Emilio Sánchez y Patricio Navia, y quien coordina: Andrés Oppenheimer: «el problema de la unión soviética es la estepa». El foco de los doctos puesto en el análisis de la realidad: “grandes extensiones de geografía psíquica imposibles de colmar” (Patricio Navia), “yo me atrevería a hablar de dictadura técnica de una neuroburocracia” (Emilio Sánchez), “estamos ante la tecnodictadura del electrocomunismo tardío, la versión más hard de cualquier estatalidad obrera posible” (Joe Garcia). Qué filosos. aguerridos, qué verbos entrenados de analistas de súper-Real-politik. Andrés oppenheimer se entusiasma: “uno puede escuchar a las plantas, al ras de la tierra, nacen en el elemento de la escasez, eso las endurece, las blinda, las hace biológicamente soviéticas”. Pero Emilio Sánchez parece ponerse más lírico-formal: “Oh Sovietia, Eslavia, oh tierra donde nunca sucede lo mismo y no lo mismo, donde la estepa, tierra de utopías de titanio!” [aplausos del público y reverencia del panelista devenido poeta]. Inmediatamente después, se sobreimprime la sentencia. la voz seca de Oppenheimer como una navaja que disecciona la nostalgia del panel: “bueno, bueno, no pensemos ya en reliquias históricas. vamos a discutir el presente, ¿o no?”.
El presente. Oppenheimer respira luego de haber lanzado lo que entiende como una auténtica bomba de hidrógeno discursiva. Habla del presente. Otra vez el tiempo −o eso fue antes? o todavía no fue?−. Respira una vez. y luego otra. Alguien de la producción le ametralla verba por el auricular (quizás haya recibido algún llamado del Kommintern Zensurburo, tal vez también de más arriba [Neuropolitics]), de todos modos, a Andrés Oppenheimer los gritos le llegan volados, inconexos.
Parece que hay que ir a la pausa. Tercera y cuarta respiración, muy seguidas; ahora bien, la quinta exalación ya no será posible en silencio porque Patricio Navia, chileno, con el pelo sobre la frente, la frente muy pegada a las cejas, ese cabello negro grueso, de capilaridad chilena en el modo araucano: “¿qué es el presente, Andrés?”. Caen las palabras sobre-en la mente de Andrés, sin tiempo de conexión sináptica. El chileno prosigue: “quiero decir: ¿cuál es la forma presente de la Unión Soviética, Andrés? ¿es cultural, social, natural?”.
Sin plan, acorralado, hay que hablar, hay que decir algo. Andrés endereza la espalda, “en efecto, claro, ya en la primera división de las capas tectónicas, en esa edad de terremotos y volcanes cuaternarios, ya ahí hubo placa geosoviética. y me refiero en concreto a la posibilidad de [tengo miedo] una geografía o geología psíquico-soviéticas originarias”, todo eso lo piensa pero no lo dice. No lo hace. Por qué no? Por qué no lo dijo? ¿Por una figura legal −“alta traición proletaria”− o por una forma del mundo de la vida −recién ya había hablado, en un momento de entusiasmo, de “plantas soviéticas”, y entonces por qué ahora no decir lo de las placas, que en todo caso lleva al extremo una herejía con la que él mismo ya había coqueteado hacía muy pocos minutos?−?. en todo caso, ¿cómo no hablar? en el espacio mental de la máquina transcurren varios segundos de quizás los últimos intervalos de tiempo de su hegemonía minada de conductor partido al medio, sin plan. A la deriva y contra el obstáculo, piensa en las aves de rapiña nietzscheanas, esos panelistas van a saltarle a la yugular del cerebro como si “determinismo geográfico” fuera el peor de los pecados…
“¿Estás bien, Andrés?”: la pregunta le pica en la corteza pre-frontal del cráneo como a través de un oscilador de frecuencia. Andrés cree que se lo está preguntando Patricio Navia, el panelista araucano, y entonces Andy a su vez piensa, envenenado, ya sólo piensa: “Estás bien andrés, sí, estoy bien, chileno de mierda, y vos, ¿estás contento? ya estoy bastante enroscado en mi torbellino mental de cabeza propia como para que vos vengas a enseñarme tu bombachita multicultural”.
− Viste mi bombachita, Andrew?
− Qué? Dónde estoy? −el Adalid de la Subjetividad Sustancial se despierta afiebrado por la actividad onírica.
− Tranquilo, ya pasó. Tuviste una pesadilla, papi.
− No me vuelvas a decir “Andrew”.
Claro, sobre todo porque «¿estás bien, andrew?» no había sido la pregunta del panelista chileno, ni siquiera fue la voz que le gritaba desde del auricular. andy está en pelotas, en el camarín, con una menor, y no entiende cómo llegó allí. la hipótesis del desmayo suena fuerte en el minuto-a-minuto de una mente acechada, que reduplica la realidad de una pesadilla real, o sea un recuerdo embebido en la adrenalina de la paranoia. entonces todo pasa a sucederse así: se microconvierte el escenario y se reduplican en pequeño los panelistas, sólo que él ya no es el conductor −en realidad, todo esto pasa en él, todo esto es él− y aun así, su conciencia parece quedar como voz en off en el trasfondo, su yo es eso que observa entre las paredes acolchadas, un minúsculo amordazado encefalorraquídeo apoyado contra malformación craneana entre el colchón de agua de la meninge y todos los tejidos orgánicos que están entre la tapa del cráneo y el espacio del pensamiento; pues bien, el micro-joe garcía mental es el que se lanza a la carga con la hipótesis del secuestro. a él lo han secuestrado, y le han tendido una trampa. a partir de lo cual la voz en off de la oppenheimer-conciencia suelta su exigencia: “a mí me gustaría saber si todo esto está pasando realmente, y de ser así, cuál es el orden de los acontecimientos, por favor”. en este punto, un mini-neuro-sánchez replica enfáticamente a favor del desmayo: “rememorá los tatuajes de los brazos del cámara uno sosteniéndote la frente, andrés, el latigazo de una arista de la escenografía cruzándote la frente” −pensamiento de andrés: [me parece clave que todos me digan andrés, tanto fuera como dentro de mi mente, de lo contrario, todo me sería mucho más difícil]−. se toca el maquillaje, sin, no está, se lo sacaron para coserlo, le laten los tres puntos en la frente, alto casi en la sien. «te dieron tres puntos, andito»… al escuchar la voz, también le late la corporalidad, y la vibración reverbera en su mente “¿por qué estoy en pelotas?”; pero parece que también vibra en lo real: «sabés? mi familia quizás esté preocupada», una voz tan infantil que sale de un cuerpo de siete años: “ivanishka”, sí, las comillas están puestas aquí como en noticieros o documentales, toda vez que la cámara capta menores cuya identidad debe resguardarse; finalmente: ¿puede “andrés oppenheimer” ser el nombre de un crimen penado por la ley del soviet? y en caso de que lo sea: ¿por qué sus valiosas definiciones acerca de la unión soviética serían menos verdaderas? ¿por los “desórdenes” de su vida privada?
este texto debería incluirse en todos los planes de estudio de la educación primaria rusa del futuro próximo inmediato. esto es así. ¿pero qué es el futuro, andrés? ¿qué pasaría si tiene lugar una apocalíptica proliferación "more viral" de mini-neurosánchez y micro-joe garcías mentales que resovieticen a las masas moscovitas? ¿está putin a la altura de su tiempo histórico? ¿es capaz de alterar la composición del vodka con un ejército rojo químico, irónicamente antisoviético? ¿qué fragmento de la oppenheimer-conciencia está sopesando estas preguntas? ¿andrés?
ResponderEliminar“Oh Sovietia, Eslavia, oh tierra donde nunca sucede lo mismo y no lo mismo, donde la estepa, tierra de utopías de titanio!”
ResponderEliminar...el auditorio ACPE ruge de pie, se multiplica en aplausos, con la cadencia dulce de una cadena de montaje.