miércoles, 28 de diciembre de 2011

Léon Bloy contra los robots

2 de septiembre de 1894

San Lázaro (diócesis de París). "Jesus diligebat Martham, et sororem ejus Mariam, et Lazarum", es decir, la Fe, el Amor y la Esperanza. La Esperanza ha muerto, desde hace cuatro días, y Jesús llora, porque la Esperanza está en la tumba y ya apesta. Para que reviva debe removerse la Piedra.

"Lacrymare, o Jesu, et magna voce clama: Lazare, veni foras".

Se exhibe, según parece, en Nueva York, un "gentleman" mecánico, que pasea por las calles con todas las apariencias de un hombre verdadero. Saluda, sube a los ómnibus, paga su asiento, articula algunas palabras y funciona así, de manera irreprochable, cierto número de horas.

El periodista que me informa lo encuentra muy cómico y no puede comprender el horror con que me penetra su relato. ¡Me imagino una gran ciudad poblada de semejantes fantasmas!



[Fuente: El mendigo ingrato (diario del autor 1892-1895), Buenos Aires, Editorial Mundo Moderno, 1953]

Léon Bloy contra el poder médico























13 de agosto de 1894

 En esta vida todo resulta inexplicable sin la intervención del Demonio. Los que se acuerdan habitualmente de este Enemigo pueden entrever, con tanta admiración como temor, el reverso de las cosas.

Dice un lugar común muy mezquino: "El sacerdote es el médico del alma", como si el sacerdote no debiera curar, al mismo tiempo, el alma y el cuerpo. ¿No es ése el espíritu de la Iglesia y la letra misma del Evangelio? ¿Por qué los sacerdotes reciben el poder de expulsar los demonios si no es para curar todos los males? ¿Para qué la bendición litúrgica del pan, del agua, de la sal, del fuego, las plegarias de la Extremaunción, etc.?

Consecuencia rigurosa: los médicos son los sacerdotes del Demonio. Confiesan a los enfermos, los consuelan, los absuelven a su modo, les dan, en fin, la comunión de las tinieblas

Las farmacias son como sacristías del infierno. ¡Esos hombres hablando a media voz, esos potes con rótulos en latín, ese olor a veneno, esos paquetitos misteriosos!

Todo el mundo parece abandonarnos. Dios exige, sin duda, que nos resignemos generosamente a la soledad que nos destina. ¿Quién piensa y siente, pues, como nosotros en la tierra?
[Fuente: El mendigo ingrato (diario del autor 1892-1895), Buenos Aires, Editorial Mundo Moderno, 1953]